Uno más uno son tres: tú, yo y nuestra relación. La Pareja, ese misterio, revelada a sí misma.

Quienes se interesan por la terapia de pareja lo hacen porque sufren el lazo compartido con otra persona. Tal vez apriete, ahogue. Tal vez se deshaga y nos deje más sueltos o solos de lo que queremos. 

La intensidad de este sufrimiento es comparable  a la intensidad del placer, la dicha que también obtenemos o esperamos obtener de la pareja, cuando nos anudamos a otro.

La terapia de Pareja ayuda a rehacer el lazo, que no tiene porqué seguir siendo el mismo, tan poco o tan intenso. Cómo modificarlo es lo que tratamos de averiguar de manera conjunta en las sesiones. Aunque la Pareja es compleja, procuramos la clarificación, la simplificación para su entendimiento.

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 La terapia de Pareja que practicamos se ayuda de diversos procesos.

 

Conocer algo es conocer su historia. Detenerse a recordar el curso de la vida compartida, sean años o decenios, permite ampliar el foco restringido que conllevan las situaciones de ansiedad, tensión o crisis emocional. 

 

Una terapia no son unas cuantas sesiones. Dedicar tiempo a entender los fundamentos de la Pareja es imprescindible para reconocer modelos de relación en que nos implicamos. «Vísteme despacio que tengo prisa» aplica al conocimiento de la relación, que los cónyuges tienen «desde dentro» y el terapeuta adquiere «desde fuera». 

 

Los discursos lógicos de los miembros de la Pareja son a menudo impecables y, sin embargo, contradictorios. No es solo que cada uno se exprese desde su propio punto de vista (sus necesidades, valores…) sino que además se pretenden integrales: «lo que nos pasa es que…». 

La psicoterapia de Pareja ofrece otros medios para el conocimiento y la comprensión de estas aparentes contradicciones. Usamos técnicas de imagen, representaciones de nuestras vivencias o ideas, con objetos o con ellos mismos. Las técnicas sicodramáticas son del hacer y no sólo del decir. 

 

Cuando lo oigo, lo olvido.

Cuando lo veo, lo recuerdo.

Cuando lo hago, lo sé.